viernes, 11 de abril de 2008

¿Para qué la Monarquía?

Se acerca el 14 de abril de 2008, 77º aniversario de la proclamación de la Segunda República española. Y siempre es buen momento para hablar de democracia, de profundizar en la democracia. Es, por tanto, buen momento para hablar de República. Inicio con esta una serie de actualizaciones "republicanas", hasta el lunes 14.

No faltan quienes dicen que la actuación del Rey fue indispensable para tener la democracia de la que ahora gozamos. Y no les falta razón. Muchas veces dicen que renunció a los poderes prácticamente absolutos que heredó de Franco, en favor de los españoles. Y tampoco se equivocan. Y afirman que la actuación del Rey fue fundamental en el fracaso del golpe de estado del 23-F. Y, al menos según la historia oficial, están en lo cierto.

Sin embargo, no es menos cierto que el Rey impulsó la reforma de un régimen fascista carcomido en buena parte por obligación, por necesidad. Una monarquía absoluta en medio de una Europa occidental de democracias parlamentarias era algo en verdad extraño, absurdo. Algo que nos acercaba más al otro lado del Estrecho que al otro lado de los Pirineos. Algo insostenible, máxime con un clamor popular de cambio, aunque las palabras fueran sometidas a las armas.

“Hagamos la revolución desde arriba antes de que la hagan desde abajo”. Eso decía Antonio Maura, Presidente del Gobierno en el reinado del abuelo del actual Monarca. Bien es cierto que se refería a temas algo distintos, como solo puede ser cuando median setenta años entre un hecho y otro. Pero no eran tan distantes en el fondo, y eso fue lo que aplicó el joven rey. Esos poderes absolutos podían no durar mucho, y ser completamente arrebatados, si no se emprendía la senda de la democratización del régimen. Si no se llevaba a cabo la Transición, una buena alternativa a una probable nueva guerra fraticida, tuviera el resultado que tuviera.

En cuanto al 23-F, tan cierto es que el Rey dio su mensaje contra el Golpe como que éste se produjo cuando ya empezaba a fracasar. Tan cierto es que no actuó nunca en favor de los golpistas a partir del 23 de febrero como que el general Alfonso Armada debía su posición desde la que dio su intento de golpe a las presiones del Rey sobre Suárez, poco antes de la fecha señalada. En definitiva, tan exagerada es la exaltación de la laureada intervención del Rey ese día como oscuros sus pasos previos. Y no me extrañaría que también exageraran los silenciados detractores de la actuación del Rey en este asunto, pero mucho me temo que aún nos queda mucho tiempo para que lo sepamos todo sobre ese día.

Por tanto, si evaluamos la figura de Juan Carlos de Borbón, sin duda tiene méritos. Méritos que hay que reconocerle debidamente. Pero esos méritos, con los que también cuentan Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda, Manuel Gutiérrez Mellado, Felipe González, Santiago Carrillo y muchos otros, y muchos españoles anónimos que pagaron con su sangre y con sus huesos en la cárcel, no hay que confundirlos con lo que no se debe. Don Juan Carlos se ha ganado el respeto de los demócratas, pero no el aura de perfección, el silencio y la censura sobre lo negativo, el estar por encima del bien y del mal o el estar por encima de la ley (léase el artículo 56.3 de la Constitución), el ser más igual que los demás (explíquenme si no eso de que “todos somos iguales ante la ley”). No se ha ganado tener la Jefatura del Estado, y de los ejércitos, hasta su muerte o su renuncia a la misma. No se ha ganado que solo su familia pueda ser propietaria de tales títulos, no por nada, sino porque eso, de por vida, nunca puede ganarse en una democracia. Porque en una democracia es el pueblo, los ciudadanos, los que deben elegir a sus representantes cada cierto tiempo, sean cuales sean los méritos de los mismos.

Así pues, tengámosle en cuenta, como a otros personajes de la Transición. Pero no mantengamos instituciones anti-igualitarias como la Monarquía, que son más propias de la era feudal que del siglo XXI.

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