viernes, 2 de mayo de 2008

Un dos de mayo de hace 200 años...

Hace hoy dos siglos, dio comienzo una de las páginas más tristes y vergonzosas de la historia de España. El dos de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se echó a la calle para linchar -para asesinar- a cuantos soldados franceses se encontraran.

Todo había comenzado un tiempo atrás. Los delegados de Napoleón, emperador de los franceses, y del rey español Carlos IV, monarca absolutista, mejor dicho, de Godoy, su valido, habían firmado el reparto de Portugal, el 27 de octubre de 1807, en Fontainebleau. Dicho reparto consistía en la división de Portugal, aliada de Inglaterra, país con el que España y Francia estaban en guerra, en tres territorios: uno para Godoy (sería príncipe del territorio), otro para el rey de Etruria (nieto de Carlos IV, y que sería rey del territorio), y otro “que ya se vería que se hace con él”. Evidentemente, para que se produjera dicha invasión sería necesario el tránsito del ejército francés por el territorio español.

Con Portugal tomado y la familia real portuguesa embarcada hacia Brasil, las tropas francesas acantonadas en España, sin embargo, no habían hecho más que crecer. El 17 de marzo, el descontento y temor popular se unieron a las intrigas del príncipe Fernando, que llevaron a Carlos IV a ceder la corona a su hijo, ya entonces Fernando VII.

Carlos IV era un cabrón. Y lo digo de acuerdo con la segunda acepción del diccionario de la RAE: “Se dice del hombre al que su mujer es infiel, y en especial si lo consiente.”. Lo era, era un hombre de carácter pusilánime, al que dominaba su mujer, la reina María Luisa de Parma, y el amante de ésta, el antiguo guardia de corps y luego valido, Manuel Godoy. Y si Carlos IV era un cabrón, Fernando VII era un hijo de puta, de nuevo según la definición de la RAE: “mala persona” (no creo que hubiera transacciones monetarias entre su madre y Godoy).

Y en esas andaba la familia real española, cuando un Napoleón aliado y pícaro llamó a resolver sus conflictos a padre e hijo a Bayona, donde se reunieron ambos el 30 de abril de 1808. Fue en esta ausencia y vacío de poder cuando multitudes de gente, al ver que los franceses se llevaban a la reina María Luisa y al infante Francisco de Paula (hijo de la reina y de… ¿Carlos IV o Godoy?), intentaron entrar a impedirlo en el Palacio Real. La completamente desafortunada reacción francesa fue la de disparar contra la multitud.

Prendió entonces la llama de la lucha contra los franceses entre la chusma (segunda acepción del DRAE: “Muchedumbre de gente vulgar.”) madrileña, a la caza del soldado francés. El levantamiento, sin embargo, fue controlado por al superior (en armas) ejército francés. Al día siguiente, se llevó a cabo el fusilamiento de “todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas”.

El 5 de mayo, Fernando VII dejaría la corona a su padre, quien a su vez había cedido sus derechos a Napoleón. El Emperador, que disponía de la corona española, se la dejó a su hermano, que ahora sería José I, quien juró una Constitución, la de Bayona, la primera de la historia de España (y no “la Pepa”). En julio, cuando el nuevo rey entró en el país, encontró a una España en lucha contra la libertad, y en defensa del absolutismo, animados por una Iglesia reaccionaria, y luchando por el peor y “más traidor” gobernante que España ha tenido en su historia: Fernando VII, “el deseado”.