viernes, 11 de julio de 2008

El secreto de Monkey Island

Han pasado más de dos meses desde mi último post, dos meses que he dedicado a estudiar los exámenes y a descansar del curso (y también de parte de mis "obligaciones" de Internet, como este blog). Si tuviera lectores, les pediría disculpas.

Y después de estos dos intensos meses de Eurocopa, tenis, crisis en la Economía y en el PP, y tantas cosas, vuelvo... para hablar de un videojuego. Y además, de un videojuego de hace 18 años, toma ya.

Hace unos días, pude disfrutar del GTA IV en la Play Station 3 de mi amigo Sergio. Si algo me sorprende especialmente de este juego, como también del videojuego Assassin's Creed (quizá en menor medida), con el que también he disfrutado gracias a Sergio y su PS3, es la enorme libertad de movimientos que tiene el personaje. Por el momento no puedes entrar a todas las casas, pero aún así, la libertad es tremenda. Y yo, supongo que como cualquiera, disfruto con eso. Se parece mucho a la realidad.

Cualquier madre o padre diría ahora: “¡Eso! Te encierras a jugar con eso, y te gusta porque se parece a la realidad. ¡Sal, chiquillo [lo eres para ellos aunque tengas 20 años], a la realidad de verdad, y no te encierres! ¡Parece mentira!”.

Bueno… Lo cierto es que, por suerte, no se parece a la realidad… Por suerte, en la realidad no puedes liarte a bazocazos, a tirar granadas o a disparar a diestro y siniestro (porque aunque juguemos a eso, seguimos estando cuerdos… y bueno... también porque no es tan fácil disponer de esas armas en la realidad).

Pero bueno, me estoy desviando mucho del tema. El caso es que, pensar en esa libertad de los videojuegos actuales, me recordó a la de los viejos viejísimos tiempos. En concreto, me recordó a un videojuego de 1990, El secreto de Monkey Island, al que yo jugaba unos años después de esa fecha, digamos que a mediados de la década de los 90, en el ordenador de mi tío (mi primer contacto con la informática). El ordenador de mi tío era un 386, con disquetera, y también con ranura para disco blando (nunca he visto uno), y funcionaba con Windows 3.11. Realmente, al encenderlo funcionaba con MS-DOS, y desde allí uno podía acceder a Windows escribiendo “win”, o acceder a los juegos escribiendo secuencias de comandos que ya no recuerdo. Y cada vez que me tenía que quedar, por alguna razón, en casa de mi abu

ela (que era donde estaba el ordenador), allí me ponía a pintar con el Paintbrush (como se llamaba entonces el Paint), a jugar con el Buscaminas, el Ski, el Fujigolf, y muchos otros pequeños juegos de aquel viejo Windows que ni siquiera tenía barra de inicio ni escritorio. Y también jugaba con los juegos grandes, a los que se accedía, como he dicho, por MS-DOS, y de entre los que sobresalían (para mí) el “Monkey” y el “Carmen” (Carmen Sandiego, a la que había que buscar por el mundo, como en una serie de dibujos que se emitía por entonces).

Y recordando aquellos tiempos (un buen día, mi tío se llevó el ordenador, y ya no sé dónde estará) me dije: “tengo que buscar en Internet el ‘Monkey Island’”. Y lo encontré, me lo bajé, y no pude resistir la tentación de jugar con él.

El “Monkey” era un juego que no se guardaba (o yo no sabía guardar). De manera que, dadas las limitaciones temporales de mis estancias en casa de mi abuela, yo nunca pude pasar de la primera parte. Con el programa que he descargado y que me permite usar ese viejo juego de MS-DOS en el ya no moderno Windows XP, 18 años después, sí.

La libertad de ese juego seguramente era considerable en comparación con otros de la época, aunque resulte ridícula con la de la actualidad. Arriba, había unas imágenes pixeladas, muy pixeladas, y abajo, una lista de acciones y otra de objetos. Y con el puntero del ratón (¡que se usaba el ratón, ya entonces, un gran avance!), uno seleccionaba las personas, animales o cosas (rememorando las clases de lengua de aquellos años también) que salían en la imagen o la lista y las acciones que uno quería hacer con ellos.

Pero aún así, no pude resistir el empuje de meterme en la pixelada piel de Guybrush Threepwood, de completar mi carrera de pirata en la isla de Mêlée, ni de salvar a la bella gobernadora Elaine Marley de las garras del capitán fantasma LeChuck, allá en la misteriosa Monkey Island. Bien es cierto, no iba a perderme por el juego mucho tiempo, de manera que utilicé una buena guía para resolverlo que busqué en Internet. Pero disfruté como un enano (como el enano que era hace más de 10 años) haciéndolo, siguiendo los pasos de la guía y desviándome solo para encontrarme con los montones y montones de chistes “ocultos” del juego. Disfruté más que “terroristeando” por las calles con cualquier GTA.

Por cierto, si algo se echa de menos en los modernos “GTA” o “Assassin's”, es un poquito de locuacidad en los personajes que uno controla. Al menos, el bueno de Guybrush, aunque fuera de entre una lista de respuestas, no se quedaba con la boca cerrada. Aunque lo que dijera no se oyera, y hubiera que leerlo.

En fin. Pues así, reviviendo mi infancia y consiguiendo lo que entonces no pude, pasé el día de ayer. Fue lo que se dice emplear bien el tiempo.

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Por cierto:
-Descargué el juego aquí (también lleva el Monkey Island II).
-Instrucciones:
  1. Abrir el archivo comprimido "Monkey_Islands.rar".
  2. Instalar "scummvm-0.10.0-win32.exe".
  3. Abrir el archivo comprimido "monkey.zip" que hay dentro de "Monkey_Islands.rar".
  4. Copiar la carpeta "monkey" en nuestro ordenador.
  5. En el programa ScummVM que hemos instalado en nuestro ordenador, ir a "Add Game...", y buscar la carpeta "monkey" (se sube de carpeta con "Go up"). Una vez encontrada, dale a "Choose", y a "OK".
  6. En la interfaz de Scumm, seleccionar el juego al que queremos acceder y pulsar "Start".
  7. Durante el juego, se puede grabar la partida dándole a F5 (en "Save"), y abrir la partida guardada (en "Load").
-La solución del juego aquí.

viernes, 2 de mayo de 2008

Un dos de mayo de hace 200 años...

Hace hoy dos siglos, dio comienzo una de las páginas más tristes y vergonzosas de la historia de España. El dos de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se echó a la calle para linchar -para asesinar- a cuantos soldados franceses se encontraran.

Todo había comenzado un tiempo atrás. Los delegados de Napoleón, emperador de los franceses, y del rey español Carlos IV, monarca absolutista, mejor dicho, de Godoy, su valido, habían firmado el reparto de Portugal, el 27 de octubre de 1807, en Fontainebleau. Dicho reparto consistía en la división de Portugal, aliada de Inglaterra, país con el que España y Francia estaban en guerra, en tres territorios: uno para Godoy (sería príncipe del territorio), otro para el rey de Etruria (nieto de Carlos IV, y que sería rey del territorio), y otro “que ya se vería que se hace con él”. Evidentemente, para que se produjera dicha invasión sería necesario el tránsito del ejército francés por el territorio español.

Con Portugal tomado y la familia real portuguesa embarcada hacia Brasil, las tropas francesas acantonadas en España, sin embargo, no habían hecho más que crecer. El 17 de marzo, el descontento y temor popular se unieron a las intrigas del príncipe Fernando, que llevaron a Carlos IV a ceder la corona a su hijo, ya entonces Fernando VII.

Carlos IV era un cabrón. Y lo digo de acuerdo con la segunda acepción del diccionario de la RAE: “Se dice del hombre al que su mujer es infiel, y en especial si lo consiente.”. Lo era, era un hombre de carácter pusilánime, al que dominaba su mujer, la reina María Luisa de Parma, y el amante de ésta, el antiguo guardia de corps y luego valido, Manuel Godoy. Y si Carlos IV era un cabrón, Fernando VII era un hijo de puta, de nuevo según la definición de la RAE: “mala persona” (no creo que hubiera transacciones monetarias entre su madre y Godoy).

Y en esas andaba la familia real española, cuando un Napoleón aliado y pícaro llamó a resolver sus conflictos a padre e hijo a Bayona, donde se reunieron ambos el 30 de abril de 1808. Fue en esta ausencia y vacío de poder cuando multitudes de gente, al ver que los franceses se llevaban a la reina María Luisa y al infante Francisco de Paula (hijo de la reina y de… ¿Carlos IV o Godoy?), intentaron entrar a impedirlo en el Palacio Real. La completamente desafortunada reacción francesa fue la de disparar contra la multitud.

Prendió entonces la llama de la lucha contra los franceses entre la chusma (segunda acepción del DRAE: “Muchedumbre de gente vulgar.”) madrileña, a la caza del soldado francés. El levantamiento, sin embargo, fue controlado por al superior (en armas) ejército francés. Al día siguiente, se llevó a cabo el fusilamiento de “todos cuantos durante la rebelión han sido presos con armas”.

El 5 de mayo, Fernando VII dejaría la corona a su padre, quien a su vez había cedido sus derechos a Napoleón. El Emperador, que disponía de la corona española, se la dejó a su hermano, que ahora sería José I, quien juró una Constitución, la de Bayona, la primera de la historia de España (y no “la Pepa”). En julio, cuando el nuevo rey entró en el país, encontró a una España en lucha contra la libertad, y en defensa del absolutismo, animados por una Iglesia reaccionaria, y luchando por el peor y “más traidor” gobernante que España ha tenido en su historia: Fernando VII, “el deseado”.

jueves, 24 de abril de 2008

23 de abril. ¿Cuál de ellos?

Ayer fue el Día del Libro. Mesas en las librerías (y en la plaza del Altozano) y más movimiento de lo normal en las mismas lo atestiguaban. La razón, por casi todos conocida: el 23 de abril de 1616 murieron Cervantes y Shakespeare. Curiosa coincidencia: los dos autores más reconocidos de las lenguas española e inglesa murieron en la misma fecha. Sí, en la misma fecha, no en el mismo día. Cuando en 1616 era 23 de abril en Londres, en España era 3 de mayo.

¿¡Y eso!? En la actualidad ya choca lo de que al cruzar de Siberia a Alaska el Estrecho de Bering la hora sea… ¡ayer! ¡Pero esto! El tiempo es relativo… ¡y tanto!

No, no tiene nada que ver con la relatividad del tiempo. Los ingleses no se pusieron a hacer viajes a la velocidad de la luz de forma que el tiempo transcurriera más despacio por su isla que por España. La razón se haya en el calendario.

Hasta 1582 (“el Sol no se ponía en nuestro Imperio…”), en toda la cristiandad se usaba el calendario juliano. El calendario juliano tenía 365 días y un año bisiesto cada cuatro años. Sin embargo, acumulaba un retraso que en los tiempos largos era importante: el año en realidad no dura 365,25 días (365 días y 6 horas), sino 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos (365,2422 días). Esto, a la larga hizo que las fiestas religiosas no se correspondieran con el tiempo que les correspondía, por lo que el Papa Gregorio XIII decidió arreglarlo: creó el calendario gregoriano, el que hoy tenemos, donde serían bisiestos los años múltiplos de 4 excepto los centenarios que no fueran múltiplos de 400. Además, para recuperar el ciclo solar que había en tiempos del Concilio de Nicea (año 325), el día siguiente al jueves 4 de octubre de 1582 fue el viernes 15 de octubre de 1582.

En los países católicos el cambio fue instantáneo. Sin embargo, en los no-católicos, ese cambio se produjo mucho más tarde. En el Reino Unido fue en 1752. En Rusia en 1918. Por eso, en 1917, la Revolución de Octubre (en Rusia) fue en noviembre (en España).

Menos mal que ya no quedan países con calendario juliano. Menudo caos. Sigue habiendo multitud de calendarios distintos en todo el mundo: el árabe, el judío, el chino, … pero estos, al menos, no usan los mismos nombres. Claro que algo nos queda todavía extraño: los husos horarios. Y tiene algo de lío:

Pongamos un caso: El 10 de marzo de 1990 a las 0:30, hora peninsular, nacieron dos personas, una en Albacete (por ejemplo) y otra en Las Palmas de Gran Canaria. Sin embargo, lo que importa para tener la mayoría de edad es el día en que se cumplen los 18 años, no la hora ni el tiempo. Por lo tanto, aunque el canario y el albaceteño nacieron al mismo tiempo, el canario nació el 9 de marzo (a las 23:30 de Canarias), y el albaceteño el 10 de marzo (a las 0:30 de la Península). Por lo tanto, y aunque ahora los dos estuviesen empadronados en Madrid (por ejemplo), en las elecciones del 9 de marzo podría haber votado el canario (que tenía 18 años y era mayor de edad) pero no el albaceteño (que tenía 17 años y era menor de edad).

Se me ocurren muchas más cosas sobre el tiempo. Pero dan para varias entradas, así que me las guardo.

sábado, 19 de abril de 2008

El efecto mariposa

Hace una semana, en concreto en la noche entre el viernes y el sábado, en un botellón, no sé ni cómo ni por qué, se habló del “efecto mariposa” y de la teoría del caos. Unos días después, concretamente el miércoles, aquel que acuñó la frase que dio nombre a ese efecto, Edward Lorenz, murió a falta de un mes y una semana de cumplir los 91 años de edad (descanse en paz). Este tema es muy interesante, si bien mis conocimientos de Física son los del Bachillerato y muy poco más (diría que son menos, porque además está el factor olvido).

Edward Lorenz era meteorólogo. En sus estudios, trabajó en la creación de un modelo matemático determinista que pudiera predecir el tiempo atmosférico. El resultado fue un sistema capaz de predecir, en un corto espacio de tiempo (un día, por ejemplo), el comportamiento climático. Sin embargo, más allá de ese tiempo, el efecto de factores que no eran tenidos en cuenta crecía exponencialmente, haciendo que todo pudiese variar de modo caótico. Esos factores no eran tenidos en cuenta por no ser apreciables. Es por eso que las previsiones de los meteorólogos son fiables solo para unos pocos días.

Así, Lorenz llegó a la conclusión de que el movimiento de las alas de una gaviota podría cambiar el curso del clima para siempre, aunque en referencia a este fenómeno más tarde cambiaría la palabra “gaviota” por “mariposa”. Unos años después, aparecería la frase “Does the flap of a butterfly’s wings in Brazil set off a tornado in Texas” como título de una conferencia que el propio Lorenz tendría que presentar.

El “efecto mariposa”, extrapolable fuera de la meteorología, ha quedado así reflejado en la cultura popular. Se refiere a los efectos en cadena que hacen que algo sea consecuencia de un hecho anterior con el que aparentemente no guarda relación. Imaginad, por ejemplo, un caso imaginario: "Un estudiante de Bachillerato de Ciencias Sociales suspende un examen de Economía, hecho que origina un cierto miedo a esa asignatura y ciencia, por lo que en vez de estudiar en Albacete la carrera de Economía (como había pensado), se va a estudiar Historia a Alicante. Allí hace amigos entre sus compañeros, uno de los cuales es de Castellón, y un día éste le invita a ir allí, invitación que acepta. Allí conocería a la hermana de éste, con la cual iniciaría una relación que terminaría en boda e hijos. El nieto de ambos llegó, muchos años después, a ser un militar de alto rango que dio un golpe de estado y a cuya espalda hay miles de muertos. Miles de muertos que quizá no hubiera habido de no ser por el suspenso en un simple examen de un simple estudiante de Bachillerato muchas décadas atrás…"

Otros ejemplos serían los de los viajes en el tiempo, como en Regreso al futuro o en aquel gran episodio de Hallowe’en de Los Simpson en el que Homer viajaba en el tiempo por accidente con una tostadora.

Espero que aquella inocente conversación del botellón no tuviera relación con lo ocurrido el miércoles…

Yo creo que el destino del Universo y de todo lo que hay en él, incluidas nuestras vidas, está determinado. Todo se rige por leyes físicas, incluidas las partículas que componen toda la materia, incluidos desde luego nosotros, incluidos incluso nuestros pensamientos (debidos a los impulsos nerviosos que blablabla). Como decía Einstein, “Dios no juega a los dados”. Aquello a lo que llamamos azar, es el desconocimiento de los factores que causan un fenómeno, factores que pueden llegar a ser imposibles de determinar.

miércoles, 16 de abril de 2008

Presentación de "Los fantasmas de Edimburgo", de Eloy M. Cebrián

A Eloy M. Cebrián yo lo conocí como profesor hace ya unos años, cuando yo hacía 4º de ESO. Hace, por tanto (voy a calcular…), más de cuatro años. Él era mi profesor de Conversación en Inglés. De él había oído sus “escarceos” con la literatura, que empezaban ya a convertirse en algo serio. Ese mismo curso, ahora que recuerdo, fui ya a la presentación de un libro suyo, a cargo de otro buen profesor, uno de los (¿pocos?) profesores que vienen a la memoria en medio de un sentimiento de simpatía y gratitud: Daniel López.

Aquel libro era Bajo la fría luz de octubre, y yo lo leí aquel verano con curiosidad por ver cómo escribía aquel que había sido profesor mío. Encontré entonces al Eloy escritor, en una novela que, hasta la fecha, es seguramente la que más me ha gustado de él. Y es también uno esos libros que está presente en mis listas de favoritos y que yo siempre recomiendo.

Que diga que esa sea mi novela preferida de Eloy (hasta la fecha) no desmerece en ningún momento a las demás. Ahí están Memorias de Bucéfalo (en dos tomos), Vida de Alejandro, por Bucéfalo (algo así como un remake recortado del anterior, que por cierto yo presenté junto a Antonio Vicente Alcañiz (un saludo) en la Popular), El fotógrafo que hacía belenes, y una novela, por el momento, inédita. Menos las Memorias, las he leído todas, y ninguna me ha defraudado (si las he leído todas… por algo será). Y a destacar ampliamente es su libro de relatos, Las luciérnagas y 20 cuentos más.

Llega ahora un nuevo libro de Eloy. Su nombre es Los fantasmas de Edimburgo, y ha sido finalista de los premios Fernando Lara (Planeta) y Herralde. Yo adelanto que no lo he leído, pero teniendo en cuenta la trayectoria del libro, las buenas críticas, y sobre todo que es de Eloy, promete. Así que, acabados los exámenes, no tardaré en “hincarle el diente”.

Y mañana es su presentación. Jueves 17 de abril, en la Librería Popular, a las 19:45.

Nos vemos allí.

lunes, 14 de abril de 2008

A la tercera va la vencida


Hoy se cumplen 77 años del comienzo de la segunda experiencia republicana en nuestro país. Una experiencia que duró apenas cinco años y tres meses de realidad plena, y ocho años si incluimos los de la Guerra Civil. La anterior experiencia republicana databa del 11 de febrero de 1873, en un contexto de guerra civil (carlista, cantonal y de independencia en Cuba), y duró menos de dos años, de los cuales uno fue de dictadura. Vistos los antecedentes, muchos monárquicos (y medios definidos como tales) aluden con constancia a estos hechos para alertar de los peligros para España que conllevaría una Tercera República. ¡Toma manipulación!

En primer lugar, cabe decir: Muchos países que tienen sistemas republicanos consolidados pasaron por repúblicas desastrosas. Nadie dudaría de la solidez del sistema republicano en Alemania (vigente desde 1949)… y ahí está la República de Weimar (1919-1933), que acabó derivando al Tercer Reich. Y menos aún del sistema republicano en Francia, que tras una sangrienta Primera República revolucionaria (1792-1804), un imperio napoleónico, una restauración borbónica, y una Segunda República (1848-1852) que concluyó con un golpe de estado por su Presidente (Napoleón III) en un Segundo Imperio; conoció la III República en 1870, con sus sistema republicano que ya no abandonó hasta nuestros días (se interrumpió con la invasión nazi, y la Cuarta República resultante se convirtió en Quinta con un cambio constitucional en 1959).

Que en España hayan fracasado las dos experiencias anteriores no quiere decir que vaya a fracasar la tercera. Ya saben, a la tercera va la vencida.

Además… ¿acaso los españoles no sabríamos cuidarnos sin un Rey? ¿¡Tan tontos somos!? Esa sospecha de falta de madurez es la misma que la que intentaba evitar el retorno de la democracia con la Transición… Porque, hagamos balance de las experiencias democráticas españolas: malograda en el Sexenio Democrático (1868-1874), viciada por el caciquismo durante la Restauración (1890-1923, antes de 1890 el sufragio era censitario) y acabada por la dictadura de Primo de Rivera, y lo que ya hemos visto en la Segunda República. No prometía la democracia española en 1977, no… y ahí está.

La Tercera República española no será como las repúblicas españolas anteriores. Deberá aprender de las experiencias del pasado, y sobre todo, de las de nuestros vecinos europeos. No deberá cometer los excesos legales del pasado, que también los hubo. Una república moderna, occidental… una república europea más.

Quienes creen que con una República se quemarían las iglesias y España se desgajaría son catastrofistas, no solo sin fe, sino con temor, a la democracia.

PD: Al final han sido solo dos artículos republicanos. Cosas de la falta de tiempo.

viernes, 11 de abril de 2008

¿Para qué la Monarquía?

Se acerca el 14 de abril de 2008, 77º aniversario de la proclamación de la Segunda República española. Y siempre es buen momento para hablar de democracia, de profundizar en la democracia. Es, por tanto, buen momento para hablar de República. Inicio con esta una serie de actualizaciones "republicanas", hasta el lunes 14.

No faltan quienes dicen que la actuación del Rey fue indispensable para tener la democracia de la que ahora gozamos. Y no les falta razón. Muchas veces dicen que renunció a los poderes prácticamente absolutos que heredó de Franco, en favor de los españoles. Y tampoco se equivocan. Y afirman que la actuación del Rey fue fundamental en el fracaso del golpe de estado del 23-F. Y, al menos según la historia oficial, están en lo cierto.

Sin embargo, no es menos cierto que el Rey impulsó la reforma de un régimen fascista carcomido en buena parte por obligación, por necesidad. Una monarquía absoluta en medio de una Europa occidental de democracias parlamentarias era algo en verdad extraño, absurdo. Algo que nos acercaba más al otro lado del Estrecho que al otro lado de los Pirineos. Algo insostenible, máxime con un clamor popular de cambio, aunque las palabras fueran sometidas a las armas.

“Hagamos la revolución desde arriba antes de que la hagan desde abajo”. Eso decía Antonio Maura, Presidente del Gobierno en el reinado del abuelo del actual Monarca. Bien es cierto que se refería a temas algo distintos, como solo puede ser cuando median setenta años entre un hecho y otro. Pero no eran tan distantes en el fondo, y eso fue lo que aplicó el joven rey. Esos poderes absolutos podían no durar mucho, y ser completamente arrebatados, si no se emprendía la senda de la democratización del régimen. Si no se llevaba a cabo la Transición, una buena alternativa a una probable nueva guerra fraticida, tuviera el resultado que tuviera.

En cuanto al 23-F, tan cierto es que el Rey dio su mensaje contra el Golpe como que éste se produjo cuando ya empezaba a fracasar. Tan cierto es que no actuó nunca en favor de los golpistas a partir del 23 de febrero como que el general Alfonso Armada debía su posición desde la que dio su intento de golpe a las presiones del Rey sobre Suárez, poco antes de la fecha señalada. En definitiva, tan exagerada es la exaltación de la laureada intervención del Rey ese día como oscuros sus pasos previos. Y no me extrañaría que también exageraran los silenciados detractores de la actuación del Rey en este asunto, pero mucho me temo que aún nos queda mucho tiempo para que lo sepamos todo sobre ese día.

Por tanto, si evaluamos la figura de Juan Carlos de Borbón, sin duda tiene méritos. Méritos que hay que reconocerle debidamente. Pero esos méritos, con los que también cuentan Adolfo Suárez, Torcuato Fernández Miranda, Manuel Gutiérrez Mellado, Felipe González, Santiago Carrillo y muchos otros, y muchos españoles anónimos que pagaron con su sangre y con sus huesos en la cárcel, no hay que confundirlos con lo que no se debe. Don Juan Carlos se ha ganado el respeto de los demócratas, pero no el aura de perfección, el silencio y la censura sobre lo negativo, el estar por encima del bien y del mal o el estar por encima de la ley (léase el artículo 56.3 de la Constitución), el ser más igual que los demás (explíquenme si no eso de que “todos somos iguales ante la ley”). No se ha ganado tener la Jefatura del Estado, y de los ejércitos, hasta su muerte o su renuncia a la misma. No se ha ganado que solo su familia pueda ser propietaria de tales títulos, no por nada, sino porque eso, de por vida, nunca puede ganarse en una democracia. Porque en una democracia es el pueblo, los ciudadanos, los que deben elegir a sus representantes cada cierto tiempo, sean cuales sean los méritos de los mismos.

Así pues, tengámosle en cuenta, como a otros personajes de la Transición. Pero no mantengamos instituciones anti-igualitarias como la Monarquía, que son más propias de la era feudal que del siglo XXI.